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LLL. SS. II. Una partida de ajedrez

Una partida de ajedrez

Debimos haber estado charlando casi dos horas.
Lo que aquí reproduzco es sólo un resumen
de lo que me contó el doctor B.,
quien abundó en pormenores
mucho más explícitos.


Stefan Zweig publicó en 1941 una de sus novelas más reconocidas. Su título original es ‘Schachnovelle’, que literalmente significa en castellano: ‘Novela de ajedrez’, y aunque la traducción literal es correcta, Schachnovelle también puede traducirse como ‘Lavado de cerebro’ o ‘Cerebro nuevo’. Su nombre alternativo en español -ampliamente utilizado- es el de ‘Una partida de ajedrez’.
Metáfora del embrutecimiento económico y la genialidad autodestructiva, Zweig consigue en un centenar de páginas retratar cuidadosamente el ambiente imperante durante la Segunda Gran Guerra, con sus personajes sutilmente aderezados con minuciosos rasgos psicológicos.

El juego de los hombres
La ambientación estremece, al ser muy viva y exacta. Para presentarnos a Czentovic se vale de una conversación magistralmente llena de espontaneidad, sin afectaciones. En un par de páginas relata la historia de ese ‘hijo del remero’ en un pueblo anónimo, quien era incapaz de aprender nada fácilmente y aún a los 14 años realizaba los cálculos más simples sirviéndose de los dedos de las manos, a quien el cura bajo cuyo servicio estaba, acerca al mundo del ajedrez por error.
Embarcados en un viaje que durará doce días, de New York a Rio de Janeiro, el azar sitúa al campeón mundial de ajedrez en el mismo barco donde un anónimo viajero puede darle batalla, y aún incluso arrebatarle los laureles.
Fue un norteamericano, McConnor, quien organizó la primera partida –por la que pagó doscientos cincuenta dólares- contra Czentovic. Se hace acompañar del narrador, y enfrenta al monstruo taciturno, ‘incapaz de escribir sin errores ortográficos más de 3 palabras en cualquier idioma’, pero poseedor de una pesadísima máquina de cálculo ajedrecístico empotrada en el cerebro.
Al perder aquella primera partida, pide la revancha, haciéndose acompañar de otros pasajeros, atentos a esa segunda partida donde, tras una docena de movimientos realizados, se muestran signos gravísimos de una cercana derrota.
Czentovic usa una trampa, dejando llegar a un solitario peón a sólo una casilla de distancia de la coronación. Entonces la voz angustiada de un pasajero cambia la partida: al hacer esa jugada, en nueve o diez movimientos la partida se perderá irremediablemente. ‘Aún hay manera de conseguir un honorable empate’ vaticina.
Y lo consiguió.

El juego de los reyes
El narrador, compatriota de aquel notable jugador anónimo, consigue en una charla convencerlo de jugar nuevamente contra Czentovic. Esta vez la partida será sólo de ‘El Dr. B’ contra Czentovic. McConnor pagará gustoso los 250 dólares que pide el campeón mundial por esa nueva partida.
Obtenido el acuerdo y concertada la cita, el Dr. B. relata su historia, que al inicio es independiente del ajedrez. Abogado como su padre, el pequeñísimo e insignificante bufete jurídico que ambos dirigen es el lugar donde los movimientos financieros y económicos de la monarquía austríaca se llevan a cabo: traspasos bancarios, cambios de escrituras, pactos entre la iglesia y el estado. El anonimato asegura el éxito de sus funciones.
Entonces, un mínimo empleado que hace las veces de mensajero y secretario pone en aviso a la Gestapo, quienes aprehenden al Dr. B. y lo recluyen en un cuarto de hotel. No pueden darse el lujo de enviarlo a un campo de concentración, la reclusión en el cuarto de hotel es la forma sutilísima que tienen de atormentarlo buscando que diga en verdad dónde están guardados los documentos que buscan, quiénes son los poderosos a quienes protege, números de cuentas bancarias y direcciones domiciliarias.
El encierro fatal le pone en las manos, en el cuarto mes, un librillo, con el que podrá sobrellevar aquel cruel y despiadado encierro. Mas el destino quiso que el librillo fuese un tratado de ajedrez, que no incluía ni siquiera un prólogo, o unas palabras del autor.

El cerebro blanco y el cerebro negro
En el encierro recrea las jugadas una por una, y se propone llevar un ritmo: un par de jugadas repasadas en la mañana, un par de jugadas repasadas en la tarde, y una jugada de repaso en la noche. Nada más.
El libro contiene sólo 150 partidas magistrales y tarde que temprano debían agotarse. Cuando ello sucede, el Dr. B. se ve obligado a jugar contra sí mismo, y comienza a desarrollar una doble personalidad, capaz de aislar los movimientos de un contrincante hipotético que es él mismo. Según el color que juega, utiliza su ‘cerebro blanco’ o ‘su cerebro negro’, lo cual no es fácil:
‘Sería necesario que jugando en función del blanco, pudiese olvidar totalmente, como siguiendo una orden, lo que un minuto antes había querido e intentado representando el contrincante negro. Semejante pensamiento doble supondría en realidad una división absoluta de la conciencia, un abrir y cerrar a discreción de un como obturador del cerebro, similar al de un aparato mecánico; querer jugar contra sí mismo significa, pues, en materia de ajedrez, igual paradoja que saltar sobre la propia sombra.’
Al encierro y recreación intelectual en el ajedrez más abstracto prosigue el delirio, el shock y el descanso. Algunos meses después lo dejan ir: Hitler tiene puesta su mira en otros lugares, y deja a Austria bien resguardada aunque sin la omnipresente Gestapo.

Codicia y neurosis
El Dr. B. está consciente del riesgo de que su enfermedad vuelva a brotar nuevamente, con la primera provocación. Acepta el reto de la partida sólo como el trámite necesario para verificar que está curado. Ya tiene veinte… o veinticinco años sin jugar, tratando de no pensar en el ajedrez.
Czentovic ha leído, no obstante, en el semblante y perfil de su contrincante su principal debilidad: la rapidez, que se traducirá en impaciencia, y más aún, en desesperación.
Ataca lentamente, poco a poco, la partida dura 3 horas y los asistentes pierden interés. La última jugada temeraria del Dr. B. no puede ser contrarrestada por Czentovic, quien abandona la partida, mas propone al ya inestable Dr. B. una nueva partida que se lleva a efecto inmediatamente después.
Se marcan entonces lapsos obligatorios de 10 minutos como máximo para cada movimiento, lapsos que Czentovic agota uno por uno. Mientras tanto, movimiento a movimiento el Dr. B. agrava su situación, llegando al punto de gritar, en un momento determinado, ¡Jaque al rey! Los asistentes miran el tablero, donde la jugada decisiva está lejos de aparecer: la febril actividad de su cerebro ha desconectado su intelectualización del juego, de la presencia física de piezas, tablero y adversario.
Czentovic sonríe, ha logrado su cometido y el Dr. B. se aleja, ofreciendo sus disculpas a los asistentes. Sólo el narrador conoce cuál será el final del Dr. B.: jamás volverá a jugar ajedrez, nunca más ha de volver a mover una sola pieza sobre el tablero.
Suele decirse que ‘Una partida de ajedrez’ contiene rasgos autobiográficos de Zweig. Él se suicidaría en 1942, en Río de Janeiro, y a su modo, el Dr. B. sabía que no era posible salir victorioso de aquella prueba autoimpuesta: quizá ganaría la partida, pero aún así, su destino ya había sido sellado más de veinte años antes:
“Como no tenía más que ese juego insensato contra mí mismo, mi rabia, mi afán de venganza, se abalanzaron fanáticamente sobre ese juego.”
La visión y la crítica de Zweig al nacionalsocialismo que asoma en las páginas de esta novela es la de un hombre culto, erudito, minucioso, dueño de una escritura magistralmente refinada. Y quién sabe si su descenso hasta los infiernos sutiles de la tortura psicológica, de la patología angustiante y la avaricia descarnada fueron las señales inequívocas de una partida perdida de antemano: al final del juego siempre nos aguarda la muerte de un rey.

Ad notanda: El libro robado

El retrato psicológico que Zweig hace de los jugadores continúa mereciendo un lugar aparte entre las obras donde el Juego de reyes es citado como artificio accidental, o como sustento para la trama. La proeza conseguida al dar a sus personajes una personalidad bien definida, la oscura recreación de la tortura psicológica nazi, y la disección de la neurosis de uno y la codicia de otro jugadores habría exigido, con una pluma menos afortunada, fácilmente el doble o triple de extensión.
Y si la exaltación del Juego de reyes es evidente, Zweig brinda un homenaje emotivo e inolvidable a los libros, con frecuencia olvidados e ignorados en anaqueles y bibliotecas que nadie visita.

‘Sin saberlo casi, me arrimé más y más. Afortunadamente, el centinela no prestó atención a mi actitud, por supuesto extraña; acaso también le parecía natural que después de dos horas de estar de pie, un hombre procurase apoyarse contra una pared. Ya me había colocado cerca del abrigo, cruzados los brazos intencionalmente sobre la espalda, a fin de poder tocar aquella prenda sin despertar sospechas. Toqué el género y, realmente, a través del mismo palpé un objeto rectangular, flexible, y que crujía suavemente... ¡un libro! ¡Un libro! Y me atravesó como un tiro la idea: ¡roba ese libro! Quizá lo consigas y entonces podrás llevártelo, esconderlo en tu habitación y ¡leerlo, leer, por fin volver a leer una vez! Tan pronto como la idea se hubo posesionado de mí, obró a modo de un veneno fuerte; de repente, mis oídos empezaron a zumbar, y el corazón, a golpear con vehemencia, mis manos quedaron heladas y no me obedecían más.‘

Pocas veces dentro de la literatura universal puede hallarse un ejemplo tan vivo de la emoción experimentada por aquellos que encuentran en libros y literatura la redención liberadora, que abate encierro, vacío y soledad.
Zweig escribió su novela con un perfecto conocimiento de causa, tan es así que es posible identificar la partida que sirve como base para el relatado primer encuentro, entre McConnor, el narrador y el entonces aún incógnito Dr. B., en contra de Mirko Czentovic:
Alekhine, Alexander - Bogoljubow, Efim [C84]. Bad Pistyan (15), 1922.
Y si la novela de Zweig repasa las situaciones más extremas del genio capaz de autodestruirse y del genio que sólo ve utilidad y beneficio en talento propio, también es una metáfora de la riquísima y extraordinaria capacidad de resistencia que tiene el ser humano. A fin de cuentas eso –y así- es el Ajedrez.




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