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26 noviembre 2009

Del amor y otros demonios

En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa con la ayuda de sus obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga y abundante parecía, hasta que salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña. En la hornacina no quedó nada más que unos huesecillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros.

El método
Si Borges utilizaba la misma técnica que empleara Dante para lograr aprehender en una sola palabra la esencia, vida y obra de una persona, Gabriel García Márquez en cambio hace de la delimitación exacta de distintas circunstancias la puerta de entrada que deberá traspasar cualquier lector de sus obras.
Esta novela, publicada en 1994, tuvo no obstante su propaganda y campaña de mercadotecnia espectaculares, una fría acogida en nuestro país. Apareció en los entrepaños de las principales librerías, se le dedicaron algunas páginas en periódicos y minutos en noticieros radiales y televisivos, pero el cuento novelado, o la historia cuentística fue poco leída.
La razón: es una novela que juega con la filosofía aristotélico-tomista, que poco tiene que ver con el modo de vida actual y el concepto de eso que es ‘el amor’, y quizá exceptuando algunos pasajes de otras novelas del mismo autor –como los debidos a Melquíades en Cien años de soledad- tiene poco en común con otras historias del escritor colombiano.

La rabia
"No veo el porqué de una peste", dijo el marqués. "No hay anuncios de cometas ni eclipses, que yo sepa, ni tenemos culpas tan grandes como para que Dios se ocupe de nosotros".
La mordedura de un perro arrabiado a Sierva María de Todos los Ángeles, su hija, desata conmoción en la familia, y el pueblo: es la primera víctima del can que terminara colgado de un almendro para avisar a toda la población que había sido muerto por la rabia, pero las cicatrices que le dejara la mordida sanaron, sin dejar siquiera leves excoriaciones.
El marqués comienza la búsqueda de un remedio y se vale de las opiniones más autorizadas sobre la enfermedad, para terminar admitiendo que el tiempo corre demasiado lento, que su mujer Bernarda y él sólo tienen el lazo de la hija, y que Sierva María tendrá que luchar sus propias batallas, inmersa entre la voluntad de un dios que no se sabe a ciencia cierta si se ocupa de los negocios de los hombres, y la voluntad humana que pretende tener una cura para toda dolencia, aunque dichos remedios sean de efectividad dudosa.

El escolástico
La niña termina enclaustrada, viviendo en un mundo regido por leyes extrañas, la última en darse cuenta de la presencia de la niña es la abadesa, una ‘mujer enjuta y aguerrida, y con una mentalidad estrecha que le venía de familia’, contra la que habrá de estrellarse Sierva María, quien ‘ayudó a degollar un chivo que se resistía a morir. Le sacó los ojos y le cortó las criadillas, que eran las partes que más le gustaban. Jugó al diábolo con los adultos en la cocina y con los niños del patio, y les ganó a todos. Cantó en yoruba, en congo y en mandinga, y aun los que no entendían la escucharon absortos.’
El eterno pleito entre distintas concepciones religiosas es resaltado aquí: por un lado el convento que recibe a la niña que será exorcizada, y por el otro lado la opción desechada de dejarla en manos de los negros, que sólo sacrifican gallos en sus oscuros dialectos a dioses mucho más oscuros.
Cayetano Delaura, el bibliotecario y asistente del obispo tiene conocimiento de la niña por medio de un sueño. Jamás la ha visto, pero ya sabe cómo es:
Habían hablado mucho de ella. Habían repasado juntos las crónicas de endemoniados y las memorias de santos exorcistas. Delaura suspiró: "Soñé con ella".
"¿Cómo pudiste soñar con una persona que nunca has visto?", le preguntó el obispo.
"Era una marquesita criolla de doce años, con una cabellera que le arrastraba como la capa de una reina", dijo. "¿Cómo podía ser otra?"
García Márquez juega aquí con elementos típicamente novohispanos: la escolástica y el clero, la inquisición y sus exorcismos, la rabia y los esclavos negros con sus propios ritos.
En un arranque humorístico, el escritor realza: ‘Por gestiones del obispo, Delaura estaba en la lista de tres candidatos al cargo de custodio del fondo sefardita en la biblioteca del Vaticano’. Delaura teme ante la empresa que le encomienda el obispo: encargarse del exorcismo de la niña. Tiembla, le sudan las manos, no se siente capaz. Pero termina cediendo.
Aunque la abadesa les llamara ‘dueños de Dios’ al obispo y a él, el encuentro entre Delaura y la niña maniatada y tirada en un catre dentro de un cuartucho de paredes cubiertas por moho, es decisivo.
Ese primer encuentro lo deja helado, ella era tal cual aparecía en sus sueños. Y toma la decisión de ganar en aquella batalla contra los demonios, regresando al obispado a encerrarse en la biblioteca, de donde salió cinco días después, sintiéndose ‘con las alas del Espíritu Santo’.
Pero en la siguiente entrevista, ella se lanza sobre él a la primera oportunidad, arañándole el rostro y mordiéndole la mano. Delaura muestra sus heridas cual si fuesen trofeos de guerra al obispo y no cede en su empeño, regresa, y se permite hablar con la niña. El paso de la inconciencia a la lucidez es imperceptible, ‘se fue enardecido por la revelación de que algo inmenso e irreparable había empezado a ocurrir en su vida.’
El bibliotecario escolástico exorcista está a punto de luchar contra algo más que los demonios conocidos a través de los libros: deberá luchar contra aquello que jamás pensó confrontar, su propia alma.

El amor
Delaura se encara al obispo manifestándole sus dudas sobre la posesión diabólica de Sierva María. Pero sigue obedeciendo y regresa al convento una y otra vez. Poco a poco la plática se extiende y profundiza, hasta que el eclipse solar esperado y superado lleva una noticia a la niña: sabe que va a morir.
A partir de entonces Delaura ya no encontrará paz ni en lo más recóndito de la biblioteca ni en los sesudos libros que lee, Leibniz incluido.
El amor de Sierva María y Delaura sobrepasa el ámbito de la carne, ya que no logra consumarse en la unión íntima. Delaura se arrepiente en el último momento, y sólo entonces vuelve a rezar.
Ya no hay marcha atrás, ‘en los días siguientes sólo tuvieron instantes de sosiego mientras estaban juntos. No se saciaron de hablar de los dolores del amor. Se agotaban a besos, declamaban llorando a lágrima viva versos de enamorados, se cantaban al oído, se revolcaban en cenagales de deseo hasta el límite de sus fuerzas; exhaustos pero vírgenes. Pues él había decidido mantener su voto hasta recibir el sacramento, y ella lo compartió.’

Matrimonios profanos
García Márquez consigue esbozar un dibujo muy claro de lo que sería un matrimonio ‘santo’, según la idea cristiana del sacramento y la vida virtuosa de ese entonces. Los dos enamorados viven su amor cual marido y mujer, sin que medie el contacto abrasador de la carne: ‘ella mantenía la celda limpia y en orden para cuando él llegaba con la naturalidad del marido que volvía a casa. Cayetano la enseñaba a leer y escribir y la iniciaba en el culto de la poesía y la devoción del Espíritu Santo, a la espera del día feliz en que fueran libres y casados.’
El desenlace de la historia no es feliz, quizá porque desde el principio García Márquez tenía en mente escribir la historia de una muerte, más que la historia de una vida, o dos vidas. La sinrazón de la maravilla y el milagro se extiende hasta nosotros, enturbiando aquello que pensamos claro y diáfano, demostrándonos con sus escenas perfectamente ambientadas que algunas obras de Dios difícilmente pueden ser entendidas si no se tiene también una perspectiva y una mirada divina:
‘A veces atribuimos al demonio ciertas cosas que no entendemos, sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos de Dios.’ El amor es tanto o más inexplicable que la existencia del mal, el problema de la Providencia divina, o el libre albedrío.
Y la razón sigue asistiendo a Cayetano Delaura, sólo Dios sabe cuántas aberraciones, injusticias, crímenes u horrores son tan sólo difíciles senderos y tortuosas rutas que sigue el Creador para hacer cumplir sus planes.

Ad notanda

Es casi imposible saber si García Márquez leyó a Umberto Eco, y si lo hizo cómo y de qué manera le impactó aquella explicación erudita que leyó en la biblioteca monástica el entonces joven Adso de Melk:
‘Finalmente, ya no tuve dudas sobre la gravedad de mi estado cuando leí ciertas citas del gran Avicena, quien define el amor como un pensamiento fijo de carácter melancólico, que nace del hábito de pensar una y otra vez en las facciones, los gestos o las costumbres de una persona del sexo opuesto: no empieza siendo una enfermedad, pero se vuelve enfermedad cuando, al no ser satisfecho, se convierte en un pensamiento obsesivo, que provoca un movimiento incesante de los párpados, una respiración irregular, risas y llantos intempestivos, y la aceleración del pulso. Para descubrir de quién estaba enamorado alguien, Avicena recomendaba un método infalible, que ya Galeno había propuesto: coger la muñeca del enfermo e ir pronunciando nombres de personas del otro sexo, hasta descubrir con qué nombre se le acelera el pulso... Y yo temía que de pronto entrase mi maestro, me cogiera del brazo y en la pulsación de mis venas descubriese, para gran vergüenza mía, el secreto de mi amor... ¡Ay!, el remedio que Avicena sugería era unir a los amantes en matrimonio, con lo que el mal estaría curado. Bien se veía que, aunque sagaz, era un infiel, porque no pensaba en la situación de un novicio benedictino, condenado, pues, a no curar jamás -mejor dicho, consagrado por propia elección, o por prudente elección de sus padres, a no enfermar jamás. Por fortuna, Avicena, aunque sin pensar en la orden cluniacense, consideraba el caso de los amantes separados por alguna barrera infranqueable, y decía que los baños calientes constituían una cura radical. Pero después leí que, siempre según Avicena, hay otras maneras de curar este mal: por ejemplo, recurrir a la ayuda de mujeres viejas y experimentadas para que se pasen todo el tiempo denigrando a la mujer amada; al parecer, para esta faena las viejas son mucho más eficaces que los hombres. Quizás aquella fuese la solución, pero en la abadía no podía encontrar mujeres viejas (ni tampoco jóvenes). ¿Tendría que pedirle, entonces, a algún monje que me hablase mal de la muchacha? Pero ¿a quién? Además, ¿podía un monje conocer a las mujeres tan bien como las conocía una vieja cotilla? La última solución que sugería el sarraceno era del todo indecente, porque indicaba que el amante infeliz debía unirse con muchas esclavas, procedimiento que en nada convenía a un monje.’
Sí, parece que leemos un extracto de la novela de García Márquez.





Lvi Lll [a II No Vi] - 26 Noviembre 2009 - Del Amor y Otros Demonios
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