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22 octubre 2009

Muerte en el Vaticano

Maurice Serral y Max Savigny no pudieron haber imaginado que su novela sería tan famosa -y también boicoteada- hasta el punto de arrancarlos del anonimato y ser acusados de conspiración y complicidad en el supuesto asesinato del papa Juan Pablo I.
La imaginería popular que gusta ver enigmas donde hay sigilo y silencio vio en la prematura muerte de Juan Pablo I un asesinato flagrante, y en la inmediata sucesión de Juan Pablo II el regreso de la Iglesia Católica a su situación de cerrazón moral, política, cultural e intelectual, tal como se viviera en la época inmediatamente anterior al Concilio Vaticano II.
La idea de la novela es simple, y el desarrollo de la misma lineal, con pocas fracturas espacio-temporales: el seminarista brillante que opta por seguir su propio camino en la búsqueda de la iluminación, que no teme ‘ensuciarse las manos’ practicando ritos ajenos al cristianismo que lo acercan peligrosamente a las filosofías y teologías orientales, en un peregrinaje que le lleva prácticamente a una iluminación mística más acorde con un santón hindú o un lama tibetano que con un sacerdote católico.
Pero antes de ser sacerdote, Martello [Martillo, en italiano] ha sido hombre.

Mujeres y dialéctica
Nina aparece en la vida de Martello como una sombra fugaz. Él se entrega por primera –y única- vez, y no sólo cede el cuerpo: también cede su alma. Andreani, su maestro, confidente y guía espiritual esperaba todo de él, mas no que sucumbiera al embrujo de la carne, igualándose al resto de sus compañeros.
Bruno Martello era la viva imagen del seminarista ideal, perfecto.
Nina se sitúa en el extremo de lo que para Martello es permisible: activista y reaccionaria, no dudó en robar –al lado de sus compañeros- un banco, robo durante el cual resulta herida por una bala. Después del sobresalto y la entrega, con un cigarrillo en los labios, Nina se permite analizar rápidamente su pasado, su situación. ‘Sonrió, recordando que la noche anterior estuvo a punto de confesarle a Bruno que era la primera vez que besaba a un hombre sin sentir en su boca el olor a tabaco. Pero calló a tiempo.’
Bruno, el hombre, se sabe incapaz de renunciar a la muchacha que ha sido suya, a la que ha curado, lavado, medicado y después poseído. Opta por denunciarla ante las autoridades, y su denuncia no puede tener un desenlace feliz.
Nina es la única mujer que aparece en la novela, y aunque su interacción con Bruno Martello es tal que termina en una escena de cama y después en una entrevista donde los separa la reja de una cárcel, su sola presencia no basta para compensar la férrea y pétrea presencia de los cardenales, sacerdotes, seminaristas e incluso matones a sueldo que aparecen en el resto de las páginas.

Circunstancia y ambiente
Actualmente, ‘Muerte en el Vaticano’ se cataloga con frecuencia entre las ‘novelas documentales’. Dicha clasificación es sobre todo amarillista, y poco crítica.
Si las atmósferas y los diálogos rápidos en las escenas claves están perfectamente logrados y delineados se debe al hecho, principalmente, de la participación de dos escritores en la redacción del libro. Se percibe que lo escrito ha sido revisado, releído innumerables veces, y que la afinación de detalles nimios busca aumentar los contrastes y crear también un escenario plagado de claroscuros: Andreani, el maestro y guía espiritual de Martello, resulta elegido papa y manda llamar a Bruno, para pedirle consejo antes de tomar la decisión ‘de abrir las puertas de la Iglesia’. Andreani quiere, finalmente, que Martello guíe a la Iglesia en su búsqueda de acercamiento hacia otras ideologías, credos y cosmovisiones. Pero ya Martello ‘viene de regreso’: él ha visto los peligros que encierran las prácticas místicas que tanto embelesan a los amantes de lo exótico, ha llegado hasta el límite de lo que todo occidental –la Iglesia católico-romana- puede soportar, antes de desmoronarse.
Con tales situaciones y argumentos, Serral y Savigny consiguieron orquestar una novela que no pudo ser publicada en mejor momento: la primera edición apareció en 1979, pocos meses antes del papado de Juan Pablo I, y su muerte. Por boca de Martello, los autores especifican a qué se enfrentaba en aquel entonces la Iglesia católica, y el papado mismo:
“Esta guerra que se está librando ahora es entre todas las religiones y una nueva que viene sacudiendo al mundo. Andreani lo miró, preguntándose a dónde querría ir a parar. Había cierta estridencia en el tono, cierto brillo de iluminado en los ojos del joven profesor, que lo inquietaron. -La religión que nos está dando la batalla en todos los frentes, se llama marxismo.”

Ideología
Martello defiende y admira a Judas. Ya en el seminario Andreani había preguntado a cada seminarista cuál era su personaje evangélico más admirado, él escribió decididamente: ‘Judas’. Ya nombrado obispo, Andreani asiste al teatro a ver una representación cuya trama y argumento parecieran estar escritos por el mismo Martello, pero que firma algún desconocido autor alemán. Cinco años más tarde vuelven a encontrarse, Andreani ya es cardenal y Martello regresa a Verona, a morir. Un tumor cerebral está a punto de matarlo.
Es en este punto donde la novela comienza a formular lo que será el final.
Martello aparece traicionando una y otra vez: a sí mismo porque debe la vida a un milagro científico y de fé -y que le hace abjurar de los afanes de ‘modernización’ con los que se identificara anteriormente, obligándose y comprometiéndose con una Iglesia anclada en el pasado-, así como antes traicionó a Nina -quien buscaba si no un cómplice por lo menos sí un aliado-, y finalmente a Andreani que confía en él pidiéndole su ayuda para guiarse en el azaroso mundo que pocas personas conocen tan bien como Bruno.
Este juego con las ideologías ha alcanzado tal maestría, que momentos hay en que lo escrito rozó el nivel de la profecía.
Muere Pío XII. La noticia causa revuelo. Y los autores ponen en boca de un seminarista una observación que apenas esta semana en pleno año 2009 –el 20 de octubre-, hizo vibrar al mundo entero: ‘Pope makes it easier for Anglicans to convert’ [El Papa facilita la conversión a los Anglicanos]. En aquel 1979 los autores escribieron: ‘Ha llegado el momento de cambiar, ¿no cree usted padre Andreani? -Dijo un fogoso muchacho de pelo rojo y anchas espaldas que más parecía un levantador de pesas que un seminarista-. Es necesario salir del aislamiento, buscar contactos nuevos. ¿Por qué mirar con hostilidad a las demás iglesias cristianas, si son más las cosas que nos unen que las que nos separan? He leído que la iglesia anglicana trató varias veces de establecer comunicación con el Vaticano, pero Su Santidad se negó siempre.’

De mortuis nil nisi bonum
El mayor escándalo que envolvió la salida de esta novela estuvo en el hecho de que los autores hubiesen emergido del sistema noticioso de Radio Vaticano. En la red de redes, las noticias en torno a su persona son prácticamente inexistentes, aunque aparecen indicios de que en su tiempo recibieron acusaciones airadas de más de un fanático religioso. El asesinato de un Papa y las justificantes en torno a este hecho consiguen estremecer al lector, sembrando la duda sobre los alcances reales o ficticios de esta novela.
Algo es seguro: si acaso existe un complot y un asesinato efectivo detrás de la temprana y prematura muerte de Juan Pablo I, dicho complot y asesinato estarán muy lejos de parecerse a lo que fue escrito en las páginas de este libro, aunque sus personajes hayan podido estar basados en figuras con nombre y apellido.
‘Muerte en el Vaticano’ tuvo su versión cinematográfica apenas 3 años después, en 1982. Ambas se perfilan, a treinta años de distancia, como los termómetros de la feligresía preocupada por el rumbo que tomaría la Iglesia Católica ante las distintas corrientes y fuerzas históricas que se encontraban en juego. Lo más sobresaliente de la novela es que acertó en muchísimos detalles, y esto último debido sin duda, a la extraordinaria capacidad de observación y análisis que tuvieron sus autores.

Ad notanda

La historia de la sucesión papal ofrece no pocas fechas interesantes y datos curiosos, algunos enigmáticos o insospechados. ’A manual of patrology’ [Un manual de patrología], escrito por Wallace Nelson Stearns en 1899, incluye casi al final del volumen la lista precisa de los pontífices en tablas muy detalladas. También agregó rápidas listas de las sucesiones dentro de los distintos reinados europeos, cubriendo casi dos milenios.
Dentro de la sucesión papal, un caso especial lo constituye la línea de los papas que han llevado el nombre de ‘Esteban’. El primero fue papa del 254 al 257. El segundo murió antes de la consagración, en el año 752, mas su sucesor sería papa del 752 al 757, y llevaría por nombre ‘Esteban II’. La situación es muy curiosa, ya que algunos otorgan efectivamente al papa ‘no consagrado’ el nombre de Esteban I… en cuyo caso el primero sería sólo Esteban, sin numeral.
Otro momento interesante lo constituyen la elección del primer papa alemán, del primer papa francés, y la aparición de un antipapa, todo esto en el lapso de tan sólo ¡siete años!
El primer papa alemán -996 al 999- fue Gregorio V. Le sucedió en el Trono de San Pedro el papa Silvestre II, francés, quien presenció el paso de un milenio a otro: 999-1003. Al pontificado de Gregorio V lo ensombreció la aparición del antipapa Juan XVI, que abarcó del 997 al 998.
Y aunque parezca increíble, existió una época marcada por un ‘doble papado’, que tuvo como sedes Roma y Avignon, respectivamente.
Mientras en Roma eran papas Urbano VI [1378-1389], Bonifacio IX [1389-1404], Inocencio VII [1404-1406] y Gregorio XII [1406-1415] en Avignon establecieron sus sedes Clemente VII [1378-1394] y Benedicto XIII [1394-1424]. No obstante, el Concilio de Constanza depuso a Juan XXIII [1410-1415] y a Benedicto XIII. Al renunciar en 1415 al papado Gregorio XII [quien acusara a Benedicto XIII de ser un papa herético] se eligió a Otto Colona, quien tomó el nombre de Martín III [V]. Gregorio XII fue nombrado entonces legado con carácter de perpetuidad en Ancona y cardenal obispo de Porto, lugar donde falleció.
El papado así visto se despliega ante el mundo como un gran imperio, un reino con sus propias leyes, donde los hombres no pueden olvidar del todo su condición de seres humanos, poseedores de virtudes, e innegables defectos.


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