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14 mayo 2009

De Paz a Gimferrer: un epistolario

El hombre
Desgarradora, inmediata y lúcida, la correspondencia de Octavio Paz con el poeta Pere Gimferrer –mantenida a lo largo de 30 años- cubre una gama amplísima de emociones y reflexiones sobre la poesía y el quehacer literario. Hechos a la idea de considerar al poeta mexicano como un hierofante que desvela uno tras uno los más oscuros secretos del espíritu poético, en sus cartas puede observarse el complejo desarrollo que se obró en el interior de Octavio Paz y que fructificó en las obras memorables cuyo nombre se une indisolublemente a la historia de la Literatura en México.
Salpicadas con anécdotas, peticiones casi desesperadas de consejos y pistas así como de una entrañable simpatía con el poeta español, las cartas fueron reunidas en un volumen que lleva por título ‘Octavio Paz: Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997’.

Las primeras cartas
Al parecer, Pere es quien abrió la comunicación entre ambos. La primera carta de Paz es un laberinto dentro de otro laberinto: Paz se dirige a Gimferrer como a un discípulo que está a punto de encontrar su propia voz. Le agradece la carta y el envío del libro ‘Arde el Mar’ y resalta la sensación de ‘reconocimiento’ que le causó la lectura de ese poemario. A continuación discurre sobre la poética de Huidobro y de Cernuda, diferenciando ‘la pasión de las palabras’ de ‘las palabras de la pasión’. Entre pares, Paz se permite emitir un juicio inmisericorde, refiriéndose a ‘Altazor’ la califica como ‘ese magnífico y malogrado poema’. Octavio Paz habla con el arrebato encendido de los días que le han tocado vivir, está reciente [o casi a punto] la publicación de El laberinto de la Soledad, El arco y la lira, Puertas al campo, Corriente alterna, La hija de Rappaccini, Las peras del olmo, Los signos en rotación… Deja establecida, de una vez por todas, la admiración que irá aumentando conforme pase el tiempo, por la obra del poeta barcelonés. Estamos en 1966.

Escritos por encargo
Quién pudiera pensar que el poeta se viese obligado a escribir por encargo, y esto es lo que manifiesta a su amigo Pere apenas siete años después, en noviembre de 1973: ‘Un consejo fraternal: no te dejes ganar por los compromisos editoriales y escribe sólo sobre lo que a ti te guste o te apasione. Te lo digo porque este año y el anterior acepté, por debilidad a veces y otras por amistad, escribir prólogos, presentaciones, y textos de encargo’.
El tono de estas cartas es más personal y fluido, lejísimos de aquel ‘Señor don Pedro Gimferrer’ con que iniciara este intercambio epistolar. En estas fechas, existe una especie de colaboración, Paz invita a Pere a participar en varias ‘Plural’, y Gimferrer le envía un ‘suplemento´ -especie de monografía- sobre Llull, a quien Paz confiesa haber leído en su juventud, ‘pero no lo suficiente’. Abundan pequeños detalles y confesiones editoriales, Paz negocia sus conferencias dictadas en Harvard para publicarlas fuera de la editorial universitaria, se interesa por vez primera en los cristales aislantes que permiten el paso de la luz pero anulan todo sonido proveniente del exterior. ‘Espero tus noticias sobre los cristales aislantes’ es la frase con que se despide en una carta del 30 de agosto de 1973.

Dos abejas coléricas
El ritmo de trabajo, viajes, conferencias, publicaciones y cursos resultó aplastante. En 1975 Pere escribió un artículo donde hablaba de ‘El mono gramático’ y lo envía a Paz. Este lo recibe con una mezcla extraña de alegría y terror, de regocijo y miedo. ‘Exageras, sí, y mucho; no importa: tu generosidad no me envanece –me anima. Tu influencia ha sido milagrosa: tu artículo llegó en días de depresión –padezco periódicos momentos de abulia, decaimiento, y melancolía o, como llamaban los antiguos a esa enfermedad del espíritu y la voluntad: acedia- y me levantó el ánimo. Gracias de verdad.’
Dejando de lado el tono de poeta consagrado, de ensayista consumado y crítico certero, las confidencias se suceden una a una: la susceptibilidad que le agobia no es un problema menor. Apenas manifestada la alegría, habla del terror y la parálisis. ‘Mi primera reacción fue la parálisis. Después de un texto como el tuyo es difícil volver a escribir incluso una carta’.
A primera vista parece que los innumerables compromisos hacen mella en el ánimo del escritor. Pocas líneas después aparece la razón, los motivos dolorosos. ‘Algo de lo que nunca te he hablado pero de lo que estás tal vez enterado: la persecución de mi hija y de su madre. Ahora están en Madrid y desde allá, como siempre, oigo el zumbar furioso de las dos abejas coléricas. Cada vez que pueden, me clavan sus aguijones envenenados y no cesan de urdir tretas y calumnias para extorsionarme, sacarme dinero, arruinarme y deshonrarme… Es horrible sentirse odiado. Perdona esta confidencia –y olvídala.’
El ritmo y el tono de Paz en sus cartas es vertiginoso. No hay otra forma de definir ese brinco de las más íntimas, oscuras y dolorosas confidencias personales, hasta el brío incansable que le embarga cuando retoma los temas que le son tan queridos: libros, reseñas, proyectos de números especiales de la revista ‘Plural’. 

Bolitas de algodón
Amén de problema prácticos, envíos de revistas, libros y colaboraciones, visitas a amigos y cursos en diferentes universidades, de vuelta en nuestro país Octavio Paz se topa frente a frente con un problema –o con algunos de los problemas- más agudos y acuciantes del gobierno mexicano y la Ciudad de México: no puede dormir por el ruido de motores y autos. La solución la encuentra siguiendo el ejemplo de Ulises, ‘con unas bolitas de algodón y cera en los oídos’. Como si se tratara de una broma cruel y macabra, el gobierno de México prohíbe su importación argumentando que con esta medida favorecerá la industria nacional. ‘¡Pero en México nadie las fabrica!’ explota desesperado en su carta. 
Momentáneamente ha paliado algo de su martirio acústico usando bolitas de algodón norteamericano, y descubre que los anglosajones tienen las orejas ‘más grandes que nosotros, no sólo los pies’. Para usar esas bolitas de algodón necesita cortarlas por la mitad, añadiendo más trabajo a la tarea penosa de conseguirlas. Pide encarecidamente a Pere el envío de cajitas marca ‘Nohisent’, fabricadas en Barcelona. ‘Yo te enviaré el importe, incluso lo del franqueo aéreo, apenas me lo digas. Pedro: perdona este abuso de confianza. ¡Muchísimas gracias!’

Papel y libros
Buscando publicar su libro sobre Sor Juana, a mediados de 1981 escribe a Pere preguntándole sobre cuestiones prácticas: qué tan factible resulta que el libro lo pueda editar la Seix Barral. El tamaño del libro, además la necesidad de incluir algunos grabados de documentos y otros libros pudieran quedar fuera de los formatos que maneja la editorial. 
Cerrando proyectos y comenzando otros, en 1984 hace una rápida mención de la novela que él escribiera en los años 40. ‘P. D. La novela sigue en su cajón. Espero un momento propicio para hacer el signo de la resurrección’.
Un año más tarde, en julio de 1985, escribiría en sus cartas rescatando sus recuerdos de Borges.
‘No sé si te conté que mientras estuve en Buenos Aires vi muchísimas veces a Borges. Hablar con él –o más bien: oírlo- es pasearse por los corredores de su memoria. Sus recuerdos son casi siempre librescos, incluso cuando habla de gente que trató, como Lugones, o de la que fue amigo, como Reyes. Pero esa literatura se vuelve vida en su conversación. Letras vividas. Oír el relato de una de sus lecturas es como oír el relato de una aventura o una expedición.’
Con el paso del tiempo, las cartas de Paz van aumentando su extensión, permitiéndose confidencias más constantes, y abundar sobre temas y tópicos relacionados con sus libros y sus vivencias con una frecuencia cada vez mayor, esto a pesar de las dificultades que van presentándose. En febrero de 1987 escribe: ’Cada vez se hace más difícil sostener una correspondencia con los amigos. Demasiadas interrupciones entorpecen nuestro trato amistoso: desde hace más de un mes tenía el propósito de escribirte una larga carga y sólo hasta ahora puedo hacerlo y toda ella sobre asuntos de orden práctico’. 

Adolescencia y vejez
Las últimas cartas de este epistolario son breves y concisas. La que cierra el libro es eminentemente práctica, broche perfecto de aquel intercambio epistolar. Octavio pregunta por un tratadista español, de fines del siglo XIX, ‘Campillo’ es todo lo que recuerda de su nombre. Al decir de Gimferrer la memoria de Paz continuaba siendo exacta, el nombre del tratadista sevillano era ‘Narciso Campillo y Correa, amigo y editor de Bécquer, autor de Retórica y poética (1871)’. 
De ese último periodo epistolar, hay una carta que en su rápida escritura sobresale entre las demás. Escrita el 7 de abril de 1994 confiesa que la nostalgia de sus días de adolescente lo llevó de nuevo a la lectura de Alberti y Neruda. A este último lo califica como: ‘Un gran cetáceo que nada en las profundidades con ojos que perforan la obscuridad’.
Como quien está dispuesto a cerrar el ciclo saldando deudas, otorgando honores y reconocimientos, y sosteniendo sus simpatías y rechazos, al hablar sobre Guillén y su ‘Cántico’ manifiesta cuál es su postura ante la vida, a partir de un verso de Valéry: ‘Il faut tenter de vivre… ¡Qué exacto! La vida se vive no tanto frente a la muerte como en ella: la vida nos tienta y su tentación se llama muerte. Hay que aceptar el reto, abrazarla y caer con ella en la yerba.’
Resulta difícil encontrar en la obra de Octavio Paz mejores palabras que estas para resumir lo que fue su vida: tránsito entre pasiones, libros, poesía y pensamiento, crítica, análisis y reflexión. Resulta difícil, porque sus palabras encierran lo que debiera ser el ideal de todo ser humano: vivir hasta las últimas consecuencias, cediendo jamás ante los retos.



XXVIII LLL - 14 MAYO 2009 - De Paz a Gimferrer - Un Epistolario

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