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30 abril 2009

¿Cómo leer Rayuela?


Rayuela: la novela escrita como ‘antinovela’
Una lista de libros selectos que generalmente la gente lee después de informarse sobre el autor, época histórica, estilo, técnica y temas -breve, frecuentemente académica y curricular- incluye por fuerza a ‘La divina comedia’ de Alighieri, ‘El Quijote’ de Cervantes Saavedra, ‘Cien años de soledad’ de García Márquez, ‘Ulysses’ de Joyce, ‘El nombre de la rosa’ de Eco, y también ‘Rayuela’ escrita por Julio Cortázar y publicada en 1963.
Cuestionado innumerables veces sobre las posibilidades casi infinitas de lectura –y disfrute- de esa novela, Cortázar afirmó que su escritura obedecía al imperativo de rebasar los límites y restricciones de la novela decimonónica, es decir, romper con las barreras de lenguaje, tema, técnica y estilo, exigiendo por parte del lector un compromiso y una complicidad que enriqueciera su lectura.
Rayuela aparece en una época donde las discusiones sobre el significado de las obras de arte fue examinado hasta sus últimas consecuencias por el semiólogo italiano Umberto Eco, reflexión que cristalizó a su vez en ‘Opera aperta’ [Obra abierta, publicada en 1962], donde se establece la teoría de la posibilidad de un significado abierto en distintas obras de arte, y donde la aproximación a una serie de textos ejemplares se efectúa en diferentes ‘niveles’ de lectura, cada uno dependiente de factores e intenciones bien determinados, como el juego, la crítica, la lectura deconstructiva, el ocio, el análisis; y por si esto fuera poco, el bagaje cultural del lector mismo.

Del lado de acá
Al escribir su novela, Cortázar juega con el lector incluso antes de escribir la frase famosísima que aparece hasta en estampados de camisetas y dibujos en tazas para tomar el café: Cortázar utiliza un ‘tablero de navegación’ que ofrece por lo menos dos vías. La primera, leer de corrido los primeros 56 capítulos de la novela. La segunda es una lectura alternada entre esos 56 capítulos y una serie de capítulos ‘extras’ que enriquecen la lectura tradicional. El papel que tiene ‘el juego’ en la escritura es un primer guiño que el escritor hace al lector. La idea del autor es que el lector mismo forme el libro que quiera leer, dicho libro puede contener determinados capítulos nada más, invertir el orden, manipularlos como si se tratase del mazo de una baraja y destilar la lectura echando mano de la memoria, y la figura que nos forjamos de cada situación y personaje.
Se advierte que la lectura de Rayuela no debe estar forzosamente precedida por un estudio minucioso del autor y su obra, ni siquiera del París de los años cincuenta o el Buenos Aires de la misma época, aunque es preferible que el lector se prevenga y escuche un poco de jazz, música concreta, y música impresionista, amén de procurarse un ‘mate’ decente.

Del lado de allá
Los capítulos de la novela se dividen en tres grandes ‘cuerpos’: ‘Del lado de acá’, ‘Del lado de allá’ y ‘De otros lados’. Por si esto fuera poco, existen algunos ‘Capítulos prescindibles’ que se supone el lector puede pasar por alto sin ningún cargo de conciencia. La idea del escritor es que el lector se estremezca con los cambios y altibajos de sus personajes, y para lograr calar en lo más profundo del ánimo del lector no teme echar mano de artimañas por demás radicales, la primera parte transcurre en un París invernal, frío y grisáceo, mientras que la segunda parte se desarrolla en un Buenos Aires cálido, casi asfixiante, repleto de colores brillantes y de sol.
Y para aumentar el grado de rompimiento con la novela tradicional, Cortázar proyectó publicar su novela incluyendo sólo el número de capítulo en las hojas, sin el número de página: el editor e impresor que se aventuró en la empresa de llevar al papel dicha novela no pudo salir avante del reto. Las páginas se traspapelaban, los encuadernadores estaban a punto de volverse locos. Cortázar tuvo que ceder a regañadientes a la inclusión del número de página en cada hoja, no hacerlo hubiera supuesto el retraso de varios meses en la venta al público de su obra.
Podemos ver que la invitación a jugar con el libro es genuina y auténtica, ese es quizá el primer requisito para leer dicha novela: olvidarse de las estructuras académicas, de discursos y narrativas lineales, para atreverse a mezclar distintos elementos igual que si estuviésemos preparando una bebida magnífica con una cantidad enorme de esencias y destilados.

De otros lados
El papel que tiene la memoria en la novela de Cortázar es primordial: apela a la memoria y a la buena voluntad del lector para conseguir que el libro se escurra y escape de las palabras escritas en el papel para seguir derroteros nuevos y abrir otras posibilidades -e invitaciones- a posteriores lecturas.
Lejos de otros experimentos más osados como los de Umberto Eco y la ‘hiper-realidad’ de ‘El péndulo de Foucault’, o el de Pavic y su ‘Diccionario Jázaro’ de lectura infinita, Cortázar se enfrascó en la destrucción de la novela tradicional y la reconstrucción de la narrativa a partir de los restos recuperados. Constantemente atormentado por sus obsesiones y fantasmas, con frecuencia llamaba a Rayuela ‘El gran exorcismo’, declarando que si no hubiese escrito ese libro ‘se habría tirado en el Sena’.
Esa es una segunda condición para leer Rayuela: perder el miedo y volverse kamikazes de la lectura, sabiendo quizá en qué página comienza a leerse, y sin saber en qué momento se terminará de leer, en qué capítulo, en cuánto tiempo.

¿Encontraría a Cortázar?
A poco de escarbar en la vida y la obra de Cortázar resalta su gusto por la literatura francesa, su profundo compromiso ideológico, y la admiración por la obra de otro insigne argentino: Jorge Luis Borges. Cortázar admiró a Borges abiertamente aunque Borges lamentó que ellos dos no pudieran entenderse ya que Cortázar ‘era comunista’. En las entrevistas y fragmentos autobiográficos que nos dejó el escritor la figura y presencia de Borges es algo constante, y sus cuentos fueron leídos una y otra vez por Cortázar.
Mas el movimiento contrario, Borges leyendo a Rayuela, es muy improbable. Borges leyó los cuentos de Cortázar, y se sabe que por lo menos una ocasión leyó el Ulysses de Joyce, expresando su perplejidad ya que no comprendía qué encontraban los lectores en ese libro: le parecía harto banal e insulso, y subrayaba que los encuentros del Ulysses con La Odisea eran mínimos, roces apenas. No se sabe que Borges haya leído la Rayuela de Cortázar, de haberlo hecho hubiese encontrado un complemento y la extensión de su propia obra, formulando nuevas preguntas y respondiendo las mismas inquietudes sobre la validez y el lugar de la letra en el mundo contemporáneo.
Esa es quizá la condición más necesaria e indispensable al leer el libro de Cortázar: despojarse de cualquier concepto, cualquier definición establecida en la tradición cultural de occidente, y buscar alcanzar la proeza de crear un lenguaje nuevo, con una poética y una sintaxis completamente diferentes a todo lo que ha sido escrito antes de su publicación.
El osado lector que quiera medirse con Rayuela deberá dejar de lado el lastre cultural y afrontar el hecho de que se encuentra ante la obra más ambiciosa de Julio Cortázar, la más admirada, y la que tiene mayor vigencia al día de hoy: ha de renunciar al equipaje ya que ese viaje exige rápidos y frecuentes cambios de direcciones, nuevas interpretaciones y una visión múltiple de la realidad.

¿Y entonces?

Sencillo, aunque no simple: olvídese de lo que le enseñaron en las clases de literatura, de los discursos consagrados en novelas, ensayos y poemas, y dispóngase a comenzar a construir el mundo desde cero, tomando como eje la Torre Eiffel. Luego, deshágase de todos los separadores, lápices y plumas, desempólvese la memoria, encienda el estéreo de la sala, y provéase de una buena taza de mate. Si no tiene mate a la mano, beba lo que quiera: el mate es una metáfora de lo que somos todos y compartimos todos.
Después, olvídese de consultar el número de página, mejor si al abrir el libro cae sobre un capítulo distinto, ya habrá tiempo y oportunidad de regresar sobre lo que dejó a medias. Y por último, confíe en su memoria. El magnífico ejercicio que resulta para la memoria la lectura de Rayuela queda de manifiesto cuando, al término de una frase recordamos otro gesto, la inflexión, el tono, la situación que en otro lugar del libro ha ‘habíamos leído’ y que vuelve a citarse con una intención completamente distinta.
Sólo existe una posibilidad: o se lee Rayuela o no se lee. Y la invitación que nos hace Cortázar es inequívoca, lo dijo por boca de Oliveira: ‘A la Maga y a mí nos ocurre a veces profanar nuestros recuerdos.’ ¿Y a quién nó?
¿Acaso los lectores no son saqueadores de la memoria, traidores que abandonan al escritor, egoístas empedernidos?
Rayuela nos ofrece la posibilidad de dejar de serlo. Nos invita a saltar de la mano de Julio al Sena, en ese brinco que ya casi dura cincuenta años. Olvídese de toda la literatura anterior y posterior, incluso, de lo que acaba de leer, aquí nomás líneas arriba.
No hay otra forma de acercarse a Rayuela.

Referencias:

  • Julio Cortázar, ‘Rayuela’. Disponible en Scribd.





XXVI LLL - 30 ABRIL 2009 - Cómo leer Rayuela
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