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05 febrero 2009

1554

Pocas vidas tan profusamente documentadas y aún así, envueltas en el misterio, como la de Francisco Cervantes de Salazar [c. 1515-1575]. Español de nacimiento vino a terminar sus días en la entonces Nueva España, dando clases y publicando algunos libros, llegando a ser Rector de la recién fundada Universidad de México; y aunque su familia gustaba de renombre y fama en la sociedad y tierra españolas, la fortuna –por lo menos de bienes- le fue ajena. En su juventud se dio a viajar –según era lo corriente entre los estudiantes de la época-, se sabe que estuvo un tiempo en Flandes acompañando al Lic. Girón, y a su regreso a España en 1540 pudo emplearse como secretario latino del cardenal D. Fr. García de Loaysa, ‘General de la orden de Sto. Domingo, obispo de Osma y de Sigüenza, arzobispo de Sevilla, consejero de Estado, comisario de Cruzada, inquisidor general, y sucesor del arzobispo Fonseca en la presidencia del Consejo de Indias.’
Diez años después le encontramos como ‘autor catedrático de retórica en la universidad de Osuna’, y como co-autor de varias obras de las que da cuenta Joaquín García Icazbalceta en el magnífico estudio introductorio sobre las obras de este autor.
De las razones para pasar a México García Icazbalceta rechaza las dos generalizadas: la primera y más rimbombante que pone a Cortés como quien le invita a la Nueva España, y la segunda más factible aunque también débil, que resalta el papel que jugaría el Dr. Rafael Cevántes, tesorero de la Iglesia Metropolitana, a quien se consideró pariente de Francisco. Apunta García Icazbalceta que el uso en boga era que peninsulares en busca de mejor fortuna viajasen a la Nueva España, y que el parentesco de Francisco con Rafael es harto improbable, al igual que prácticamente imposible que fuese por invitación directa de Cortés que llegase Francisco a estas tierras.
Con todo, la fecha comúnmente aceptada para situarle en México es alrededor de 1550, y ya para el 12 de julio de 1553 tomaba Francisco posesión de su Cátedra de Retórica en la Universidad de México, con un sueldo de 150 pesos anuales, que ya entonces se consideraba corto e insuficiente, y que permite justificar las quejas de éste que incluye en uno de sus Diálogos, sobre los que hablaremos a continuación.
Con una tradición antiquísima, el ‘diálogo’ como forma literaria hunde sus raíces en la enseñanza de Sócrates siendo adoptado por Platón como forma predilecta para transmitir su enseñanza filosófica. Esta forma literaria continúa a lo largo de la Edad Media conociendo expositores insignes y memorables como Boecio y su Consolación de la Filosofía [Consolatio Philosophiae], siendo rescatada completamente en el Renacimiento por Erasmo de Rotterdam y sus seguidores, comúnmente llamados ‘erasmistas’. En tiempo de Cervantes de Salazar dicha forma había adquirido el renombre suficiente para permitir publicar una obra y darle a la vez un carácter serio, formal y ampliamente reconocido: dicha forma se encontraba en el ápice de su éxito y comenzaría a decaer ya entrado el siglo XVII, coincidiendo con el auge del teatro barroco español.
El título completo de sus Diálogos es ‘Francisci Cervantis Salazaris, Toletani, ad Ludovici Vivis, Valentini, Exercitationem aliquot Dialogi. 1554.’ [‘Varios Diálogos añadidos a los de Luis Vives, Valenciano, por Francisco Cervantes Salazar, Natural de Toledo. 1554.’] Dichos Diálogos ofrecen una mirada fresca e inmediata de la vida en México, y considerando que fueron escritos apenas treinta y tres años después de la entrada de los españoles en la gran Tenochtitlán, resultan una fuente de primera mano para recrear fielmente el ambiente imperante en la vida, pensamiento y sociedad del naciente México.
Redactados en latín, comenzaron a ser traducidos íntegramente al castellano en 1854 por Joaquín García Icazbalceta, el eximio historiógrafo mexicano, y quien antes de traducir emprendió una tarea titánica que muy pocos otros podrían haber conseguido llevar a cabo: establecer una ‘versión definitiva’ del texto original latino. Los constantes problemas de puntuación y la tipografía antigua y en desuso empleada en la obra original entorpecen profundamente su cabal entendimiento, y aunque García Icazbalceta contaba con suficientes y robustos conocimientos de la lengua latina, no dudó en hacerse acompañar del latinista José Bernardo Couto en este trabajo de depuración textual. La impresión de su trabajo la llevó a la imprenta finalmente veinte años más tarde, en 1874.
Aparecen a lo largo de los Diálogos las descripciones de la ciudad, la notoria división de clases étnicas, la descripción de sus alrededores -resaltando entre ellas la minuciosa y vívida que hace de Chapultepec- y de la sala de la Real Acuerdo –merecedora de tanto respeto que es necesario descubrirse la cabeza para entrar en ella- . Pasan por sus hojas el detalle minucioso de la vida en hospicios y las primeras escuelas, se detiene a considerar el por qué de la diferente arquitectura usada para la edificación de las casas mexicanas y cómo su disposición atiende a nuevas necesidades, distinguiéndola por completo de la arquitectura española.
Resalta en el Dialogus Primus [Diálogo Primero] el retrato de la Universidad de México, la vida estudiantil, y las penurias que sufría aquélla por la insuficiencia de recursos materiales. Hablando de la biblioteca –entonces inexistente- declara por boca de uno de los protagonistas de sus Diálogos: ‘Será grande cuando llegue á formarse. Entretanto, las no pequeñas que hay en los conventos servirán de mucho á los que quieran frequentarlas.’
Esto no impide que los maestros y egresados de esa novísima Universidad puedan considerarse lo suficientemente bien instruidos para ser tenidos entre los mejores de su tiempo: ‘Entre los que se han graduado en México, y los que alcanzaron el título en otras partes, pero que ahora son del claustro y gremio de esta Universidad, hay tantos, que apenas serán mas en Salamanca: á lo que se agrega, para mayor dicha de tan ilustre Academia, que D. Fr. Alonso de Montúfar, Arzobispo de México, é insigne Maestro en sagrada Teología, se cuenta el primero en el número de sus doctores; siendo tan aficionado á las letras y á los literatos, que nada procura con tanto empeño como excogitar medios para que sean siempre mayores los adelantos de la literatura.’
Francisco Cervantes de Salazar sufrió en vida la maledicencia de algunos de sus contemporáneos, entre quienes resalta por el encono de sus ataques el Arzobispo Moya de Contreras, quien le pinta lleno de vicios y defectos y carente de todo mérito para fungir como Rector de la Universidad. García Icazbalceta toma esta misma afirmación, y el hecho de que haya sido no una, sino por lo menos dos veces –hay indicios para creer que pudo haberlo sido tres- Rector de esa casa de estudios, para templar y perfilar la figura de este insigne escritor de las cosas mexicanas, que nació como peninsular y murió como novohispano. Y que se enorgullecía de la ciudad que le dio abrigo es algo que podemos encontrar escrito de su puño y letra, al decir en su Diálogo Segundo: ‘Observa ahora ademas qué multitud de tiendas y qué ordenadas, cuan provistas de valiosas mercaderías, qué concurso de forasteros, de compradores y vendedores. Y luego cuánta gente á caballo, y qué murmullo de la muchedumbre de tratantes. Con razón se puede afirmar haberse juntado aquí cuanto hay de notable en el mundo entero.’



Referencias:

  • Joaquín García Icazbalceta: 'México en 1554. Tres diálogos latinos que Francisco Cervántes Salazar escribió é imprimió en México en dicho año (1875)'. Versión electrónica disponible en Internet Archive.


Xiiii Lll - 05 Febrero 2009 - 1554
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