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18 diciembre 2008

Los últimos días del Hermetismo

Pocas obras han tenido tanta influencia sobre una época determinada de la historia, como el ‘Corpus Hermeticum’, cuyos quince tratados se atribuyeron a la escritura del mismo Hermes Trismegisto. El Renacimiento se vio inundado de estudiosos y defensores de los escritos herméticos, en cuyos postulados se pretendía encontrar una sabiduría antiquísima, con raíces en las enseñanzas de los sacerdotes del antiguo Egipto, y cuya autoridad se comparaba a la tradición mosaica, e incluso al Evangelio según san Juan.
Su pervivencia hasta principios del siglo XVII como una autoridad teológica y filosófica se debió en gran medida a la inserción de varios de sus postulados e ideas en ámbitos tan dispares como el cristianismo, el neoplatonismo y el humanismo renacentista. 
Diferentes escritos de los Padres de la Iglesia mencionan los tratados del Corpus, y la última gran obra eclesiástica donde aún se le reconoce como autoridad comenzó a publicarse en 1588 bajo el título de ‘Annales ecclesiastici a Christo nato ad annum 1198’ [‘Anuarios Eclesiásticos desde el nacimiento de Cristo hasta el año 1198’] escrita por Cesare Baronio como respuesta a la luterana ‘Historia Ecclessia Christi’ [‘Historia de la Iglesia de Cristo’] escrita por los teólogos de Magdeburgo con la finalidad de demostrar que la Iglesia Católica era en verdad el Anticristo mencionado en el Apocalipsis, y que se había desviado del sentido original que tenía el cristianismo.
Los ‘Annales ecclesiastici’ constaron de doce volúmenes, y el último de ellos se publicó en 1607. Sus páginas encierran un recorrido histórico-apologético del cristianismo, y para fortalecer sus argumentos Baronio echó mano de escritos patrísticos, oráculos sibilinos y también de los tratados del Corpus, considerando a estos dos últimos como claros escritos proféticos del advenimiento del Hijo de Dios en la persona de Jesucristo. Resulta increíble que la aparición de esta obra coincidiera con el intento más renombrado de datación del Corpus, que tendría su culmen en un libro escrito por Isaac Casaubon con el título ‘De rebvs sacris & Ecclefiafticis exercitationes XVI’ [‘Dieciséis ensayos sobre asuntos sagrados y Eclesiásticos’], publicado en 1614.
Valiéndose de la crítica literaria e histórica, Casaubon logró situar la época de la escritura del Corpus después del nacimiento de Cristo, aduciendo que en los escritos de historiadores y filósofos anteriores a la aparición del cristianismo no se les cite [Platón y Aristóteles son citados frecuentemente en el Corpus, pero ellos jamás mencionan a Hermes Trismegisto], y que el estilo griego en que fue redactado dista mucho del estilo helénico clásico, utilizando moldes retóricos de los primeros siglos de la era cristiana. Su libro no tuvo repercusiones inmediatas siendo ignorado por muchos, e incluso refutado vehementemente por quienes se consideraban herederos de la tradición hermética. Entre los primeros sobresalió una de las figuras más escurridizas en la historia de las ideas, el médico-filósofo-mago Robert Fludd, latinizado frecuentemente como ‘Robertus de Fluctibus’.
Hijo de Sir Thomas Fludd –quien fuese Tesorero de Guerra de la reina Elizabeth I-, al terminar sus primeros estudios en Oxford emprendió un viaje que duraría seis años, visitando diferentes lugares de Europa –entre los que sobresalen Francia, España y Alemania. Al regresar a Inglaterra, y después de algunas dificultades, fue admitido en el Colegio de Médicos, situando su residencia profesional en Londres. Su pericia y talento eran tantos, que le corresponde el mérito de haber planteado una de las más tempranas teorías de la circulación sanguínea –aunque entrelazada con el misticismo de Paracelso-, y que sería confirmada plenamente después por William Harvey, quien llegó a citarle en sus estudios. Por estas mismas fechas fue que mantuvo contacto con Johannes Kepler sobre los alcances del conocimiento, y sus implicaciones científicas y herméticas.
Como lo expresa Frances A. Yates en ‘Giordano Bruno and the Hermetic Tradition’, actualmente es incomprensible que Fludd haya ignorado el trabajo de Casaubon cuando los dos se desenvolvían en los mismos círculos sociales e intelectuales, y más aún cuando ambos dedicaron sus libros al mismo monarca: James I de Inglaterra. A pesar de la datación que echaba por tierra la pretendida autoridad y antigüedad del ‘Corpus Hermeticum’, es muy probable que Fludd no conociese el libro de Casaubon, 
Tres años después de publicado el libro de Casaubon, Fludd da a imprenta la que sería su obra culmen: ‘Utriusque Cosmi, Maioris scilicet et Minoris, metaphysica, physica, atque technica Historia’ [‘Historia metafísica, física y técnica de los Dos Mundos, conocidos como el Mayor y el Menor’]. El primer volumen de la obra apareció en 1617, y el segundo en 1621, y contienen su explicación del universo, y la relación de lo que hoy comúnmente se identifica como el ‘Macrocosmos’ y el ‘Microcosmos’. 
Su sistema filosófico postulaba que el universo estaba dividido en tres mundos: el arquetípico [que corresponde a Dios], el macrocosmos [el mundo creado] y el microcosmos [el hombre, considerado en sí mismo como un mundo con sus propias normas y leyes]. A su vez, las partes constitutivas de cada uno influían por ‘simpatía’ unas en otras, permitiendo que un mundo actuase y pudiese modificar efectivamente a cualquiera de los otros. De ahí que comúnmente se atribuya al sistema de Fludd la posibilidad de que a través de ciertas operaciones mágicas, el hombre mismo pudiese alcanzar uno de los atributos más envidiados de la Divinidad: la inmortalidad. 
Este sistema filosófico tiene tintes de un panteísmo muy particular: al asegurar la existencia y la posibilidad de interactuar entre los distintos mundos, cae en un materialismo donde todo lo creado [la materia] se concibe como una ‘cristalización’ o ‘materialización’ de la divinidad, por lo que al final de los tiempos todas las cosas creadas podrían regresar, retornar a su Creador.
Su filosofía constituye el último bastión de la filosofía hermética, y aunque el año de la aparición del libro de Casaubon suele tomarse como el año que cierra y concluye la época del Renacimiento y del hermetismo como tal, Robert Fludd se permitió aún seguir viviendo, pensando, creyendo y actuando como un verdadero hombre del Renacimiento, con una fe inquebrantable en los escritos herméticos, como la tuvieron los humanistas, magos y cabalistas renacentistas del siglo XVI.

Referencias:


Frances A. Yates. ‘Giordano Bruno and the Hermetic Tradition’, Routledge and Kegan Paul, London, 1964.
Sharon M.W. 'Doctor Robert Fludd (1574-1637)'.
Edición digital de ‘Utriusque Cosmi […]’ a cargo de la Herzog August Bibliothek Wolfenbüttel.



VIIII LLL - 18 DICIEMBRE 2008 - Los últimos días del Hermetismo
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